La euforia, Víctor Valdés y Dani Alves





De doce a cuatro en apenas quince días. Impensable pero factible. Y así ha sido. Ahora, con 39 puntos por jugar, a tan sólo una victoria y un empate del Barcelona y con la visita de los azulgranas al Bernabéu en el horizonte, la Liga es más posible que nunca esta temporada. Pero hay que tener los pies en la tierra, nada de subirse a la parra. A día de hoy, y tras acercarse tanto en tan poco tiempo, creo que el rival más peligroso del Madrid puede ser… la euforia. Como sucede en el morboso reality show americano Extreme Makeover, La Liga ha dado un cambio radical, pero no se ha acabado. El Madrid está a un pasito de depender de sí mismo para ganar el título, sólo necesitaría recortar dos puntos más a los azulgranas, pero ahora más que nunca hay que mantener la cabeza fría. El vestuario debe evadirse de cualquier tipo de euforia y seguir pensando, siempre desde el optimismo y desde la humildad, en ser ese rodillo en el que se ha convertido el equipo en la Liga desde la llegada de Juande. El devenir de la próxima semana en Champions de ambos equipos será también decisivo para el desenlace de la Liga. Así que toca seguir pensando en ir partido a partido, en ganar, sí o sí, y en seguir metiendo miedo al de arriba, pero sin creerse nada. Seguramente de este modo el éxito estará un peldaño más cerca.

Mientras, al otro lado del puente aéreo, no quiero olvidarme de Víctor Valdés y de Dani Alves. Resulta que tras el derbi catalán y el set blanco al Betis de hace poco más de una semana, escribí, entre otras cosas, que el portero azulgrana debía de mirar el vídeo del encuentro para darse cuenta del por qué no está ni entre los cinco mejores porteros de este país, por mucho que Laporta y la prensa pro-culé le quiera meter con calzador en la selección. Algún que otro comentario me acusó de oportunista, ya que Casillas cometió ante Oliveira el mismo error que Valdés ante De La Peña, aunque cada acción tuviese un final distinto. Creo que dos partidos después, uno de Champions y otro de Liga, no será necesario insistir en por qué Casillas es el mejor portero del mundo y por qué Valdés es uno más del montón.

En cuanto a Daniel Alves, creo que su actuación, en el sentido literal de la palabra, del domingo en el Calderón merece una análisis con detenimiento. El brasileño es uno de los mejores laterales del mundo, con diferencia. Es más, si me dieran a elegir a un jugador del Barcelona para llevarlo al Madrid, trincaría al ex sevillista con los ojos cerrados. Pero su teatro y sus aspavientos son indignos para el fútbol y para sus compañeros, propios y rivales. Y Alves suele hacerlo en bastantes ocasiones, pero ante el Atleti rozó lo grotesco. Resulta que una faltita, si es que la fue, de Simao le hizo retorcerse de dolor en el suelo, llegando incluso a pensar que igual le habían pegado un tiro y estaba viviendo sus últimos segundos de vida. Alves, tras quejarse amargamente, salió del terreno de juego para ser atendido. Lo más probable es que no siga, pensamos todo el mundo, viendo lo que vimos. No fue así. El brasileño no necesitó más de treinta segundos de atención médica para ponerse de pie y volver a jugar tan plácidamente. Tan sano y tan robusto como al principio del partido. Es vergonzosa, lamentable y denunciable esa cuentitis a santo de nada. Cada vez que Alves recibe una falta, parece que el mundo se para por la gravedad que dan a entender sus alharacas y ademanes, cuando la realidad es totalmente la opuesta. Este chico es tan bueno, como teatrero, y hace jugadones y golazos como pega tan duro y entra tan fuerte. Quizás le encanta ese papel de chico malo, haciéndose odiar por cualquier afición rival. Allá él. Está en su derecho de hacer lo que quiera. Pero que no intente engañar de ese modo tan bochornoso al espectador, al televidente, a sus compañeros y a los adversarios. Porque eso es ser, como se decía en mi infancia, un fullero, y en el fútbol no queremos fulleros, se llamen como se llamen.