Juego bonito o triunfos





Una moda que luego han seguido otros presidentes. Una forma de actuar que les aporta ese plus de protagonismo que debería quedar para los deportistas. El propio Calderón se cargó a Capello porque a él no le gustaba el fútbol que hacía el Madrid. Es la enfermedad del egocentrismo de presidentes de turno con afán de notoriedad. En Ingalterra, por ejemplo, Rafa Benítez lleva cinco años al frente del Liverpool y le han asegurado doblar su estancia. Pero aquí resulta que el espectáculo está por encima de los títulos, de las victorias, de los triunfos, de la gloria, de los historiales grandiosos.

Me decanto por el resultadismo si he de elegir entre un presidente protagonista y un equipo que gana aunque no luzca. Es cierto que el punto de inflexión de mi reflexión nace tras lo visto en Anfield.En este fútbol nuestro venido a menos, que se juega al ralentí, que necesita parar el balón (a veces en dos y tres toques), levantar la cabeza, medir la distancia con el compañero, y pasarle la pelota (muchas veces mal), vale más hacerlo bonito que ganar. Ser efectivo, un rodillo, arrasar, ser inaccesible, cerrar los espacios, ha quedado para los rivales de fuera de nuestras fronteras. A esos los halagamos, los magnificamos, los alejamos de nosotros, pero a los nuestros les exigimos elegancia y vistosidad a cambio de cero en disciplina táctica.

Esta es la realidad por mucho que nos empeñemos en negarla. Nuestro fútbol es a veces divertido, pero mediocre en competitividad y tácticamente poco fiable. El Madrid y el Barcelona viven muy por encima del resto, porque el resto ha aparcado el esfuerzo defensivo por el riesgo ofensivo. Y sí, es cierto, nos lo pasamos pipa con el Málaga, el Sporting e incluso el Almería, entre otros, cuando juegan al ataque, pero el peaje que se paga es que las Ligas se cierran a mitad de temporada en una habitual pugna Madrid-Barcelona. Y al final el que pierde afirma que esa Liga la gana el otro porque él se la regalado. Así nos luce el pelo.