Los toros de Ramos no tienen cuernos





Hasta allí se acercan australianos, americanos, europeos de cada rincón y aficionados a las fiestas en común. Algo parecido sucede domingo a domingo en el Santiago Bernabéu, donde se acercan hinchas de numerosos puntos del planeta. Allí no se ven toros ni capotes, sino balones, los mismos que han dado la fama a un ‘torero’ en la sombra: Sergio Ramos.

Probablemente el sevillano iba a para las grandes corridas veraniegas y no para las tardes de aburrimiento en el coliseo blanco de Chamartín. Sin embargo, da la casualidad que el andaluz no es un australiano con ganas de fiesta, ni un irlandés buscando clonar San Patricio en las calles madrileñas sino, y no es poco, uno de los jugadores españoles más valorados del panorama actual y un ‘profesional’ que se debe a la camiseta de quien le paga (nada mal, por cierto).

El don de la ubicuidad no se ha inventado aún pero Ramos mejor que nadie debería saber que intentarlo cuando el Real Madrid persigue la lucha del único título posible de año, no era buena idea. En una tarde en la que el madridismo necesitaba ‘morbo’ extradeportivo para intentar mitigar su aburrimiento ante los pucelanos y la misma en la que la Semana Santa y su resaca generaba una falta alarmante de temas en torno al club, debía haber sido suficiente como para que el sevillano entendiera que nunca debió marcharse a Las Ventas.

La ‘faena’ no fue la del césped del Bernabéu, ni tampoco la de la tierra perenne de la plaza madrileña, sino el desplante tremendo que evidenció con su gesto uno de los jugadores más queridos por su hinchada. Horas después, con un perdón a tiempo, una cara de sentimientos contrastados y el debido respaldo del vestuario, todo quedó en anécdota pues luchar por el título y no descentrarse es la única meta común. Sin opciones ligueras, los tornos le hubieran clavado los cuernos pero con la esperanza liguera aún latente, no hay opción a castigos.