Crónica de un disgusto esperado





Pues todos saben ya que el Barcelona dilapidó las últimas opciones del Madrid de conseguir la Liga, que Guti se encaró con Chendo, o que la afición malacitana terminó estallando de alegría e invadiendo el campo con el pitido final. Pero desde allí se pudo ver además la cara de alegría que tenía Rubén De la Red al bajar del autobús y dirigirse al vestuario 'como un jugador más' por ejemplo. Como también se pudo comprobar los rostros desencajados de una plantilla merengue que abandonaba Málaga cerrando la temporada sin ningún título (por cierto, que sólo se pararon a hablar con los medios los 'socorridos' Granero, Albiol y Garay además del capitán Sergio Ramos, que ya sea porque cada vez tiene más peso en la plantilla o porque el resto escurre el bulto, últimamente siempre está al quite con los medios). En esa bocana de los vestuarios también se pudo ver a los jugadores del Málaga desfilando sin camiseta y algunos llorando incluso después de certificar la permanencia, así como a un hombre que se rumoreaba que era el padre de Luque haciéndose fotos con Cristiano Ronaldo.

Antes de que la plantilla madridista desfilara hacia el autocar de vuelta a la capital, hubo tiempo de discutir sobre los fichajes y los descartes de cara al año que viene entre los informadores allí presentes. Ahí el protagonista indiscutible era Pellegrini, o el "casi casi" como le llamaba el compañero del periódico chileno 'El Mercurio'. Y es que decía que en su tierra le conocían así después de no conseguir los títulos de 1994 y 1995 con el Universidad Católica por muy poco, y más después de lo demostrado este año con el Real Madrid. Pero también se habló mucho de Guti, que desfiló por la zona mixta sin decir ni mu a pesar de que pudo ser su último partido. Eso sí, luego algún periodista comentaba que antes de marcharse vino a decir algo así como "me marcho seguro" antes de subirse al autocar.

Por cierto que la expedición merengue abandonó el estadio de La Rosaleda no sin dificultades. Y no fue por los pitos que le dedicó la afición malacitana, muchos por cierto, sino porque al autobús que llevaba a la plantilla madridista le costó salir del párking. Después de varias maniobras, de haber 'besado' a otro coche, y de haber visto cómo una mujer le daba con gestos y cifra a cifra su número de teléfono a Van der Vaart ante las risas del resto de la expedición cuando estaban ya todos subidos al bus, finalmente la expedición pudo marchar rumbo al aeropuerto. Momento para el que ya se había transformado Málaga. La tranquila ciudad que a las cinco de la tarde parecía estar sólo esperando a que llegara el verano -a excepción de varios centenares de personas que se agolpaban en los aledaños del estadio-, se convirtió en una amalgama de aficionados del Málaga y del Barcelona (más de los que se imaginan por cierto) festejando por las calles. Ya fuera gracias a las canciones que no paraban de entonarse, al sonido constante de los cláxons de coches y motos, o simplemente a los numerosos hinchas ataviados con las camisetas blanquiazules y blaugranas que llenaban locales tan conocidos de la ciudad como el Pimpi y pintaban las calles de colores, se palpaba metro a metro que Málaga era una fiesta.

Así fue como Defensa Central vivió en primera persona ese relato paralelo a la crónica de un disgusto esperado: el último capítulo del Madrid en esta Liga, que dejó a la capital en silencio a excepción de unos decenas de hinchas culés en Cibeles, y con la cada vez menos incertidumbre de si Pellegrini seguirá el año que viene en el Real. Pero eso es ya otra historia...