Cuando Mourinho llegó al Bernabéu hace dos veranos, todos sabíamos a lo que venía. El portugués prometía títulos, y en época de vacas flacas eso es mucho prometer. No prometió amor eterno al Real Madrid, sólo prometió trabajo, disciplina y esfuerzo para alcanzar los éxitos deportivos que un club de la historia del Madrid necesita. Y, de momento, está cumpliendo. Si bien la temporada pasada sólo se pudo ganar la Copa del Rey, desde que llegó Mourinho la cara del equipo ha cambiado notablemente. El luso ha devuelto el prestigio deportivo al club, ha vuelto a colocarle en el lugar que merece y sólo queda la guinda del pastel: superar al Barcelona.
En cierto modo, creo que si Mourinho dijo que en un par de años tiene la intención de volver a la Premier es porque tiene la certeza de que ése es el tiempo máximo que puede durar su misión en Chamartín: colocar al Madrid por encima del Barcelona. En Portugal, en Inglaterra y en Italia hizo lo mismo, con la salvedad de que al Chelsea no lo pudo hacer campeón de Europa por circunstancias del destino. A todos los llevó a lo más alto, y una vez conseguido se marchó hacia un nuevo objetivo. Eso no significa, ni mucho menos, que su trabajo en el Real Madrid no siga siendo de la misma calidad que hasta ahora. O incluso mejor.
No me cabe ninguna duda de que el luso no claudicará antes de tiempo. Desde que llegó a Madrid ha sido consecuente con sus acciones, y una de las promesas que hizo fue hacer al Madrid campeón. Un ganador nato como él no se iría sin conseguirlo. Por eso no me parece justo juzgar a Mourinho por lo que dijo el otro día, sino por lo que demuestra partido tras partido. Por la defensa a ultranza que hace del club y de sus jugadores cada vez que lo considera necesario. Y por los resultados, por supuesto. Del resto, no tenemos nada que reclamarle. Simplemente, seamos pragmáticos, y pidámosle que siga siendo tan auténtico como lo es ahora.
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