La temporada del cambio de cara

"El Real Madrid se dio cuenta de que por ese camino no podía seguir. Por el de perder los papeles, por el de enfadarse porque al Barcelona le beneficiaban más los colegiados o, simplemente, le sonreía más la suerte"


cuandonohaya

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El Real Madrid acabó la temporada pasada muy nervioso. Es algo evidente, pues los hechos están ahí. Por una cosa o por otra, los jugadores madridistas y el cuerpo técnico se fueron de vacaciones con el gesto torcido. Nadie estaba preparado para la avalancha de 'Clásicos' que se produjo, y mucho menos a que la mayoría se decidieran por el camino de la polémica, tal y como sucedió en las semifinales de Champions.

Sobre el club blanco flotaba la sensación de indignación propia de cuando sabes que han cometido una injusticia contigo: la arbitral. Mientras tanto, el resto del mundo contemplaba cómo la mesura de un Barcelona asentado y confiado se imponía a su eterno rival, tanto en los enfrentamientos directos como en el recuento de títulos. La Copa del Rey servía de escaso consuelo ante la impotencia que causaba apreciar cómo los culés mantenía su racha imparable de títulos.

Los meses veraniegos no atemperaron esta sensación de nerviosismo. Es más, lo acentuaron, especialmente por el hecho de volver a encontrarse con el Barcelona en la Supercopa. Entonces el Madrid demostró estar en mejor forma que los catalanes, pero el título volvió a caer en la buchaca culé. Fue el clímax de la tensión, el instante en que Mourinho dirigió su dedo hacia Tito Vilanova. A partir de entonces, todo cambió. Y lo hizo porque el club y el técnico así lo quisieron.

El Real Madrid se dio cuenta de que por ese camino no podía seguir. Por el de perder los papeles, por el de enfadarse porque al Barcelona le beneficiaban más los colegiados o, simplemente, le sonreía más la suerte a la hora de la verdad. El vestuario merengue descubrió que solo callando y trabajando podía superar a uno de los rivales más formidables de todos los tiempos. Solo yendo semana a semana, partido a partido. Con cabeza, tranquilidad y confianza en sí mismo.


Mourinho moderó su discurso en las salas de prensa. Seguía siendo el portugués franco y directo, que no se escondía a la hora de decir lo que pensaba. Pero sus formas pasaron a ser más suaves, e incluso se podría decir que se blindó más. Se alejó de la prensa, que en algunos casos le estaba haciendo mucho daño al equipo; y pidió que el club siguiera también esta línea. Hablaba y polemizaba menos, simplemente se limitaba a guardar las formas y a no tener el protagonismo de antaño.

 

 

 

Y ahí es cuando el Real Madrid empezó a ganar. Volvió la tranquilidad y el equipo funcionó. Todo ello a pesar de que desde fuera intentaron desestabilizar al vestuario, curiosamente justo cuando el Madrid tropezó: en Valencia, en Santander; más tarde ante el Barcelona en el Bernabéu o en la Copa del Rey. Hubo momentos malos que algunos quisieron convertir en críticos, atacando a Mourinho justo cuando la plantilla era más débil. Pero el portugués mantuvo la compostura, a pesar de que los rumores le colocaban fuera del club. Incluso se permitió el lujo de reírse de la situación viajando a Londres para dejarse ver. Como si ya hubiera decidido irse a la Premier.

Estrategia. El entrenador salía muy serio a las salas de prensa y contestaba con monosílabos. Dejaba que corrieran los rumores, que se dijera de todo de él. Era el mes de febrero. Y mientras tanto, el equipo a lo suyo, sin prácticamente polémicas dentro del terreno de juego. Diez puntos de ventaja sobre el Barcelona y camino firme en la Champions. Pero todavía quedaba otra crisis, un último brote del Mr. Hyde que ha tenido siempre el equipo.

Fue en Villarreal. El Madrid acabó con 9 y empatado en los últimos instantes. Se ponía solo con seis de ventaja; y todo después de uno de los peores arbitrajes que ha recibido el club en años. La temporada pasada hubiera salido Mourinho con una hoja detallando una decena de errores del colegiado. Pero esta vez no, él y la plantilla callaron durante una semana. Mejor desaparecer que salir y ser hipócritas o poner el grito en el cielo. Ante las injusticias, la fórmula inversa a la que dio tan mal resultado el curso pasado. Aislamiento, silencio, tranquilidad.

Tras el Madrigal el vestuario no se descompuso, aunque varias veces caminó sobre el abismo y recibió empujones para caer sobre él. En los últimos partidos de Liga, Mourinho prácticamente desapareció, dejándole su sitio a Karanka. Su actitud era distinta, menos belicosa. Había optado por hacer piña con sus jugadores y el cuerpo técnico. Los papeles con el Barcelona se habían invertido, porque los nervios estaban ahora en la Ciudad Condal. Y, por fin, los blancos le ganaron a su eterno rival sin polémica, sin tanganas ni provocaciones. Limpia y justamente.

Bajo este contexto, el Madrid ha logrado la Liga. Y mucho más que eso. Se ha conseguido estabilidad, tranquilidad; las heridas han terminado por hacer callo. Esta vez el equipo ha estado muy por encima de las circunstancias, del contexto. Se ha limitado a hacer lo que mejor sabe, jugar al fútbol, y ha dejado que fueran los demás los que hablaran. Y, al final, cuando ha tocado celebrar el título, se ha demostrado que el vestuario es una piña. Motivos más que suficientes para irse este año de vacaciones con una sonrisa en la cara.

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