La intrahistoria del Real Madrid-Olympiacos

Olympiacos demostró ser la antítesis de la deportividad y estar a la altura de los aficionados que, habitualmente, acuden al Pabellón de La Paz y la Amistad.





Todo comenzó cuando Bourousis, un buen jugador de baloncesto aunque de cabeza no debe andar muy sobrado, anotó un tiro libre en los segundos finales del partido. Tras convertir la canasta, el griego se giró y enfiló el fondo que ocupaban los Berserkers a los que tiró un simbólico beso. Provocación a más no poder que, incluso, debería haberle costado una técnica por payasete de circo pero que, lógicamente, se pasó por alto. Era Olympiacos, claro, con eso estaba todo dicho.

Más tarde, con el lógico enfado que provocó esa acción, la afición increpó a Bourousis que, nuevamente, buscó con mirada desafiante al público de Vistalegre. A todo esto, en un final polémico, Olympiacos acabó llevándose el partido. Y se lió.

HASTA UN FISIOTERAPEUTA HELENO EN EL AJO

Una piña en el centro del campo y un saludo correcto iniciaron las hostilidades. A partir de aquí los Papaloukas, Vujcic y Bourousis se volvieron locos. Especialmente vergonzosa fue la actitud del primero, que se dedicó a saludar y lanzar improperios a la grada mientras se retiraba al vestuario. Vujcic comenzó suave, con aplausos, pero acabó apretando los brazos mirando a la grada. Otro feo gesto. De Bourousis poco más se puede decir, le faltó sacar la navaja para asemejarse cien por cien al mayor macarra de barrio. La afición se sintió dolida, lo que provocó el lanzamiento de algunos objetos. Sin querer justificarlo, fueron infinitamente menos que los que cayeron en Atenas en los dos primeros partidos de la serie.


Esto pasó a la finalización del partido, sin embargo, no todo se quedó ahí. Y es que media hora más tarde, con algunos aficionados aún en las gradas reclamando la presencia de los jugadores madridistas, ni corto ni perezoso, uno de los fisioterapeutas del equipo griego se asomó a la bocana de vestuarios y mirando a esos aficionados que aguardaban la salida de los suyos, se agarró los atributos masculinos y, en un gesto que demostró su valentía, volvió a escudarse en los vestuarios de Carabanchel. De auténtica vergüenza. Así es Olympiacos. Un buen equipo, sin más, sobre la cancha y una auténtica vergüenza para el baloncesto fuera de ella.