"La virtud de un niño en un Drakkar, sin espada y con corona…"





Nací en tierra firme, al norte de una gran ciudad, de padres humildes, entusiastas y trabajadores. Es probable que el castellano fuera mi lengua natal, aunque con el tiempo y tantos hermanos por nacimiento y naturalización, he mutado al lenguaje universal. Un buen día, algún ignorante osó preguntar mi raza y entonces con ira contenida miré fijo a sus ojos… y aspire hondo… y fui condescendiente… y le explique que con tantos colores de piel y tipos de cabellos en mi haber solo puedo pertenecer a una, “la merengue”… no conozco otra… tal vez prefiera ignorar que existan las razas… así soy feliz, y me basta.

A penas siendo un niño alguien me dijo que en las estrellas estaba escrito mi destino, que había nacido para la gloria, pero debía estar dispuesto al sacrificio, al trabajo, y a plantar batalla a los elementos externos que lucharían para impedirlo… yo ambicioso y sin complejos, acepté. Me embarcaron en un Drakkar. Me mostraron un dios, Odín. Aunque estaba destinado a ser un héroe de ultramar, me hicieron adorar a la  madre tierra mediante una diosa griega que más tarde (1986) adoré (Cibeles). Me enseñaron el arte de la conquista sin guerra, porque la guerra siempre es fratricida. Me dieron una armadura blanca, y un escudo por el que vivir y con el que debía regresar a casa siempre fiel al lema espartano: “con él o sobre él”. 

Poco demoré en mostrar mi esencia, fui coronado rey muy joven (1920). Hice mi trabajo en casa, y cinco conquistas fuera me terminaron de presentar. Honré a mi ciudad, luego a mi nación, mas tarde no cupe entre fronteras y borré de una vez los linderos, me erigí en universal. Me hice rodear de admiradores y también de detractores. Entonces deje de ser un proyecto y pase a ser leyenda… foráneos voceros (“The Times”) rendidos a mi encanto me bautizaron forzadamente y con pesar, llamándome por mí mote de conquista: “VIKINGO”, y con ello bebí del elixir de la eterna juventud y la inmortalidad. Soy el único de mi estirpe que sin hachas, espadas, martillos, arcos y sangre, ha sometido a toda Europa y ha conquistado al mundo.

Hoy poseo más de cien gloriosos años que solo son visibles por la estela impresionante que esta cifra deja en mi palmarés, mis cicatrices, y los valores fieles que me acompañan. Poseo la distinción del mejor conquistador de un siglo, y el premio silente de quienes hago sonreír en sus desgracias. Igualmente no dejo de reconocer que no soy perfecto porque en lo humano la perfección no existe. Que tropiezo, me equivoco, sufro y sangro. Pero a la vez, descubro que poseo una virtud mayor que la victoria, la conquista, la realeza, el señorío, mis colores, mi escudo, mi amor infinito, mi filantropía, mi inmortalidad, mi poder, mi imperio, mis enemigos (jajajaja, mis pobres enemigos), mis amigos, o mis hermanos…, poseo algo que sin mantenerme en la tierra me mantiene despierto, algo que me rejuvenece y me ilusiona, algo que impide que me arrugue, algo que es tan grande y tan humilde como que a pesar del todo lo logrado, que no es poco, aún SUEÑO!!!


Pero no me confundan, no es que sueñe porque me lo imponga, o por monótona costumbre de los dormidos, nooo… lo hago porque así funciono naturalmente, porque reflejo en ello mis deseos, y como dijera el maestro: “considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo”, y en definitiva hoy, ¿contra quién lucho? Alguien me inspiro y me dijo con palabras de fuego: “Me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado”, y tal vez no sospechaba entonces, cuan hondo caló en mí...

Hala Madrid!!!