Más fútbol y menos cuento





En Inglaterra hay árbitros buenos y malos, como aquí; futbolistas buenos y malos como aquí, pero les diferencia eso, la continuidad en el fútbol y que allí se impone el juego largo, de carrera, frente al de toque y elaboración del nuestro. Ofensivamente hay poca diferencia y eso les hace mejor que el fútbol italiano, donde el equipo que no tiene la pelota se parapeta detrás de ella para no encajar goles.

En España nos hemos acostumbrado a ver a jugadores en el suelo doliéndose por nada. Futbolistas disfrazados de actores que engañan una vez sí y otra también y a árbitros vestidos de políticos. Árbitros, en muchos casos que sabiéndose el reglamento al dedillo, como Iturralde González, no le han pegado una patada a un bote y son incapaces de discernir entre una carga y un empujón, una anticipación y una patada, un codazo de un cabezazo...

Nuestro fútbol es un puro quejío. Es una sucesión de faltas de mentira que roban el espectáculo del tapete verde. Hay más faltas que pases precisos; más mentiras que verdades. ¿Por qué creen que se debate si hay o no que tirar el balón fuera? Por pura hartura hacia los tramposos. Hacia los ventajistas. Hacia esos que justifican que son muy malos con simulaciones de faltas por un defectuoso control o un auto pase largo.

En nuestro fútbol hay más actores que futbolistas. Son estafadores del balón que complican la labor a los árbitros y que fusilan al contrario al amanecer con acciones como la de Marchena ante Soldado. Jugar al fútbol se ha convertido en una pura triquiñuela. Perder tiempo es un coser y cantar. Confundir al árbitro es fácil de narices, porque los trencillas juegan a lo mismo por su complacencia con la simulación, con la mentira. La promueven pitándolo todo, y más si es a favor del equipo de casa.


¿Para cuando un fútbol continuado? ¿Para cuando un fútbol de futbolistas? ¿Para cuando juego efectivo sobre simulación y atención médica falsas? ¿Para cuando?