Álvaro, ahora sé a qué te referías





Hora y media antes del acto, los alrededores del Santiago Bernabéu estaban ya colapsados por las riadas de gente que acudían en masa a la presentación del jugador brasileño, algo inédito en cualquier día de partido. Personas de cualquier perfil rondaban el coliseo blanco: gente que pasaba la treintena vestida de traje y corbata, adolescentes sin camisetas cargados de kalimocho aprovechando las vacaciones escolares, padres con sus hijos del brazo, estudiantes universitarios, socios y no socios, españoles y no españoles, hombres y mujeres…así hasta las casi 50.000 personas, y casi todas ataviadas con un artículo merengue como atrezzo, ya fuera una camiseta, una bufanda o un póster. Dicen que nunca antes se había visto algo similar, y creo que no es una afirmación baladí.

He de confesar que no pensaba que fuera a encontrarme con tanta gente, y en el tiempo que pasé fuera del estadio ya percibí que sería una noche especial. Algo que confirmé una vez dentro del campo. El público abarrotaba ya el fondo norte cuando entré. La mayoría estaba de pie, había gente en los pasillos de acceso, algunos subidos encima de las cabinas de prensa, e incluso hubo gente que no le importó situarse en el fondo sur del campo… ¡por detrás del escenario! (no se veía nada, sólo la retransmisión a través de los videomarcadores). Eso sí, daba igual en qué lugar se situaran, porque todos y cada uno de los aficionados se dejó el alma en los aproximadamente 45 minutos que duró el acto, que tuvo cuatro momentos álgidos a destacar: la aparición de Florentino Pérez, la incursión de don Alfredo Di Stéfano en el escenario, el momento en que el propio Kaká mostró su camiseta con el dorsal 8 y, especialmente, cuando el brasileño asomó su espigado torso por el túnel. Fue entonces cuando oí rugir al Bernabéu como nunca lo había oído. Seguramente en ocasiones anteriores hubo más ruido con el estadio completamente lleno, pero este sonido era distinto. Se mezclaba la alegría e ilusión por ver de blanco a uno de los mejores jugadores del mundo, pero también había mucha rabia contenida que fue liberada en el momento en que el brasileño se dejó ver por ese misterioso túnel. Rabia contenida durante años sin estrellas, durante meses inmersos en escándalos y durante semanas aguantando en silencio las celebraciones blaugranas. Rabia que hizo de esa presentación, y creo no exagerar, un momento de comunión del madridismo casi mágico. Y una vez liberados esos sentimientos, la rabia dio paso a la euforia, y este ambiente festivo se fue contagiando entre los presentes hasta el punto de que a los propios protagonistas se les pudo ver ciertamente emocionados.

Hace ya tiempo que Álvaro Benito (cantante de Pignoise y ex jugador blanco) me dijo que al Madrid le hacían falta jugadores que hicieran gozar a los aficionados, porque el fútbol no consistía en acumular victorias una tras otra si con ellas no se transmitía nada a los seguidores. En aquel momento pensé que era una falta de respeto a una plantilla que había demostrado ser válida las dos temporadas anteriores, pero ayer por fin supe a qué se refería... y ahora sé que tenía mucha razón.