All you need is balls

4-0: Ridículo perfecto de los blancos en Anfield. El Liverpool les "chorreó" sin piedad. Por quinto año consecutivo, fuera de la Champions en octavos





 

4 - Liverpool: Reina; Arbeloa, Carragher, Skrtel, Fabio Aurelio; Xavi Alonso (Lucas Leiva, 60’), Mascherano; Kuyt, Gerrard (Spearing, 73’), Babel; y Torres (Dossena, 83’).

0 - Real Madrid: Casillas; Sergio Ramos, Pepe, Cannavaro (Van der Vaart, 64’), Heinze; Robben (Marcelo, 46’), Lass, Gago (Guti, 77’), Sneijder; Higuaín y Raúl.

Goles: 1-0 Torres (16’). 2-0 Gerrard, de penalti (27’). 3-0 Gerrard (47’). 4-0 Dossena (88’).

Árbitro: Frank de Bleeckere (Bélgica). Tarjeta amarilla para Pepe (19’), Gerrard (26’), Heinze (27’), Mascherano (43’), Marcelo (62’) y Dossena (85’).


Incidencias: Anfield. Lleno.

Podremos cargar todas las tintas que queramos sobre el árbitro. Podremos argumentar que hay una faltita de Torres a Pepe en el primer gol. Podremos maldecir a este árbitro belga, a toda la organización de la UEFA y a la señora madre de Platini por el penalti fabulado que supuso el segundo gol. Pero algo es innegable: el Real Madrid tiene, desde hace ya demasiado tiempo, un equipo para andar por casa. Y algo más, aún: la diferencia entre el Liverpool y el Real Madrid es la diferencia que hay entre la Premier y la Liga española. Mientras nosotros continuamos dicienso esa gilipollez de que tenemos "la mejor Liga del mundo”, los ingleses se dedican a tenerla de verdad y a machacar sin misericordia a sus impotentes rivales del continente.

Desde el pitido inicial, el Liverpool metió la directa mientras el Real Madrid jugaba con el freno de mano echado. Bueno, ésa es la herencia del estúpido tiqui-taca que nos están inoculando desde hace años, como el más letal de los virus, los que se proclaman defensores del juego bonito. El fútbol moderno se basa en la velocidad y mientras los ingleses parecen un fórmula 1, los españoles parecemos un modesto utilitario diesel.

San Iker

El único que se enteró desde el primer momento de qué iba la cosa fue Casillas, que ya había tenido que hacer tres prodigiosas paradas en los ocho minutos iniciales (Torres, Mascherano y Gerrard). Sus compañeros, por el contrario, disfrutaban de un plácido paseo campestre sobre la hierba de Anfield, extasiados por el ambiente inigualable. En esas vino el primer tanto, en un fallo de Pepe (propiciado por un empujoncito de Torres), que aprovechó Kuyt para pasar al delantero español, quien, sin oposición, batió a un desarbolado Casillas.

Ni siquiera ese gol sacó del letargo a los chicos de Juande. Casillas tenía que seguir demostrando que es el mejor portero del mundo (cabezazo de Skrtel y falta al borde del área ejecutada por Gerrard) para contener la avalancha roja. Y en plena exhibición de juego de los de Benítez, el árbitro belga, de cuyo nombre no quiero acordarme, pitó penalti en un balón recuperado por Heinze limpiamente con el hombro. Lo lanzó Gerrard, engañando por completo a Casillas.

Con el 2-0 en el marcador, algunos jugadores blancos se dieron cuenta de que estaban disputando un partido de Champions League. Sneijder, en una falta sacada a una treintena de metros del portal local y en un posterior empalme con la pierna derecha, creó algo parecido a ocasiones de peligro, pero en ambos casos Reina se encargó de conjurarlo sin demasiados apuros.

Conformismo

El resultado no parecía disgustar demasiado a Juande, quien en el descanso optó por dejar a uno de los pocos jugadores capaces de hacer daño en la defensa rival, Robben (desafortunado el holandés, es verdad), para meter a Marcelo. Para que no quedara el más mínimo atisbo de dudas, Gerrard, a pase de Babel, marcó el tercer tanto del Liverpool nada más reanudarse el juego. Un abismo se abría a los pies del Real Madrid.

Pero el Liverpool entendió que ya había hecho todo lo que tenía que hacer y levantó el pie del acelerador. Con esa timidez que caracteriza a los actores secundarios, el Real Madrid estiró líneas y hasta pudo marcar en un tiró de Gago desde la corona del área que se fue fuera por bien poco. Sin embargo, casi sin proponérselo, el Liverpool amplió incluso su victoria con un postrero tanto del zaguero Dossena, que acaba de entrar al campo.

Las conclusiones de la debacle de Anfield son evidentes: hay que jubilar a la mitad de la plantilla (empezando por Raúl, que ya ha dado de sí todo lo que podía dar), hay que convocar elecciones inmediatamente para que el nuevo presidente empiece ya a fichar a los diez o doce jugadores que necesita el Real Madrid y hay que mandar a Juande Ramos de vacaciones permanentes a Pedro Muñoz, mejor mañana que pasado. Sería injusto apuntar exclusivamente en el debe del técnico esta eliminación de la Champions, pero queda fuera de toda duda su incapacidad para entrenar a equipos que aspires a quedar de la mitad de la tabla hacia arriba. Eso sí, lo que nadie le puede quitar ya a Juande es "honor" el formar ya parte de la historia del Real Madrid. Historia negra, pero historia a fin de cuentas.