Piqué y Del Corral, dos formas de analizar al Madrid

Gerard Piqué y Alfonso Del Corral analizan la actualidad del equipo





ALFONSO DEL CORRAL: "¿QUEREMOS VOLVER A SER GRANDES?"

El Real Madrid sufre una inestabilidad crónica en su estructura deportiva y, con el paso de los años, el equipo parece más alejado de los grandes retos. Muchos socios nos repetimos la pregunta. ¿Qué hacer para volver a ser los más grandes? Caben dos posibilidades. La primera es imponer el modelo Premier, con un entrenador con mando y autoridad que, además de ocuparse de trabajar con la primera plantilla, diseñe las líneas generales de la estrategia deportiva. Esta figura requiere una estabilidad social y económica completa. La segunda opción es un proyecto en el que el técnico sea una pieza más que no tenga ese poder tan absoluto. Este modelo, bien representado por Manuel Pellegrini o por Carlos Queiroz, sufre el contraste con la realidad. Es difícil que un entrenador sin más poder que el de dirigir los entrenamientos y decidir las alineaciones soporte la dinámica del fútbol español, en el que te arrollan por igual los éxitos y los fracasos.

Asistí en primera línea a la llegada de Fabio Capello en 1996 y el efecto de su trabajo en el Madrid fue profundo y duradero. Tal vez su sistema era imperfecto. No valoro el estilo de juego. Sólo juzgo la coherencia de sus decisiones y el valor de su criterio a la hora de construir una plantilla homogénea, equilibrada y competitiva. Capello puso los cimientos de un equipo que dio sus frutos durante muchos años después de que él dejara el club en 1997. Fue un entrenador con mando total y en aquel momento sirvió para sacar al equipo del desconcierto y darle una dirección. Ahora una respuesta similar es la disyuntiva menos mala.

Con este tipo de técnico, los jugadores no suelen estar tan contentos, pero tampoco creo que sea bueno que los deportistas estén felices. Los casos más típicos son Alex Ferguson, Capello y José Mourinho, gente que constantemente parece provocar pequeños cabreos. La dulzura, la calidez, la placidez... Hay algo en la alta competición que hace que este estado armónico no sea el más eficaz. En el Madrid no puedes vivir al 60%. Lo vimos en el Atlético con Quique Flores. Llegó al vestuario y lo primero que hizo fue encararse con Forlán. Ahora el Atlético tiene una Liga Europa.


Mourinho y Capello han demostrado ser maestros en conseguir este equilibrio de tensiones. Han pasado los exámenes. Pep Guardiola ya es sir Guardiola. Pertenece a este grupo porque se lo ha ganado. Superó la criba. Míchel podría ser una opción para el Madrid, pero para el club será más fácil darle el mando absoluto a un entrenador que no tenga que someterse a una prueba semejante por primera vez en su carrera. Porque es preciso que el entrenador concentre toda la autoridad, que no sea un simple eslabón del organigrama, sino que sintetice en su figura al director técnico y al director general. Debe ser quien hace los fichajes y quien rescinde los contratos. Cuando los técnicos han jugado la partida con las piezas que les han dado otros las cosas no han funcionado bien.

El modelo social del Madrid no es el ideal para contribuir a la consolidación de un proyecto deportivo a largo plazo. En busca de una estabilidad institucional que no tiene y que necesita, con el tiempo, el club estará abocado a convertirse en una sociedad anónima. Quizás exista un instrumento mixto para repartir acciones entre los socios o para que los socios participen de las decisiones deportivas. Pero las elecciones periódicas no son la mejor manera de reforzar la confianza en la plantilla y los técnicos.

En el actual contexto social, la figura del entrenador está sometida a unas presiones desproporcionadas. Esta inestabilidad no la importaron Florentino Pérez ni Ramón Calderón. Dura 25 años y se remonta a la llegada de Ramón Mendoza a la presidencia. Desde entonces, los medios de comunicación han creado una presión tan grande que afectó a la institución. La junta directiva creyó que para saciar a los medios el club estaba obligado a cortar periódicamente la figura del entrenador y a realizar fichajes estrambóticos. Hasta principios de los ochenta, el club se enrocaba, se hacía más distante. Ahora percibo un intento de volver a ser impermeables a una presión mediática que te hace pegar bandazos y que te pierde porque en la desorientación te garantizas la extinción. Solo cuando haces un buen diagnóstico estás en condiciones de dispensar el tratamiento oportuno.

GERARD PIQUÉ: "EL DÍA QUE CAMBIÓ LA HISTORIA"

No es fácil explicar la felicidad que sentí el pasado domingo en el momento en que el árbitro, Miguel Ángel Pérez Lasa, pitó el final del partido, en el momento en que la Liga que tanto habíamos deseado volvía a ser nuestra. Ha sido un año muy duro y, después de muchísimos partidos a nuestras espaldas, de muchos kilómetros acumulados, de superar muchas dificultades, el Barça, en un último esfuerzo, dio la cara otra vez para conseguir la victoria que nos adjudicó el campeonato.

En una Liga peleada como pocas, ante un rival de enorme poder, ante un digno subcampeón, conseguimos nuestro objetivo. Seguramente por lo difícil que fue lograrlo, la victoria fue aún más especial. Era el cuarto título del año, pero, sobre todo, significó un paso más en nuestra voluntad de seguir haciendo historia.

Los equipos, aunque pueda ser injusto, sólo dejan huella por los títulos que ganan. No hay más gloria que la que honra al vencedor. Y esta Liga es un motivo enorme para ser recordados, para hacer eterno a este equipo del Barça.

En la temporada, no todo fueron alegrías, es cierto. El único lunar del año fue la eliminación en la Champions contra el Inter. Pero, aunque no parezca coherente, pienso que aquel 28 de abril, contra el equipo italiano, en el Camp Nou, cambió la historia del club. Y no lo digo por el resultado. Ese día, el aficionado culé dejó de ser pesimista y creyó en nosotros, en su equipo. Al final, no conseguimos el objetivo y el sábado no estaremos en el Bernabéu, así que no tendremos la ocasión de defender el título que ganamos en Roma hace un año. Pero la gente, nuestra afición, no se fue decepcionada a casa ni triste. Se marcharon orgullosos de su equipo, de cómo había jugado, de cómo lo intentó hasta el final. Pero lo más curioso de esa noche fue ver que eran otros los que celebraban nuestra derrota.

La historia había cambiado.